El K-Pop en la “sociedad del cansancio”: una lectura desde Byung-Chul Han


En los últimos años, consumir cultura pop dejó de ser simplemente una forma de ocio. Para muchos fans, seguir un grupo de K-pop, un idol, una saga de dramas o incluso una franquicia multimedia se volvió una experiencia constante, demandante y, en algunos casos, agotadora. Estrenos semanales, múltiples versiones de un mismo álbum, contenidos diarios en redes sociales, lives, challenges, votaciones y una presencia permanente que parece no dar respiro. ¿En qué momento disfrutar pasó a sentirse como una obligación?

El filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han propone una clave interesante para pensar este fenómeno en su libro La sociedad del cansancio. Aunque no habla específicamente de K-pop ni de cultura pop asiática, sus ideas permiten leer con claridad muchas dinámicas actuales del entretenimiento global.

Uno de los conceptos centrales de Han es que ya no vivimos en una sociedad dominada por la prohibición, sino por el rendimiento. No hay un “tenés que”, sino un “podés” permanente que, paradójicamente, termina generando autoexplotación. En lugar de sentirnos oprimidos por una autoridad externa, somos nosotros mismos quienes nos exigimos estar siempre activos, informados y presentes.

En la cultura pop, esto se traduce en una lógica muy reconocible para los fans: estar al día con todo. Escuchar cada lanzamiento, ver cada contenido, apoyar cada comeback, participar en votaciones, defender a los artistas en redes y consumir incluso aquello que ya no genera el mismo entusiasmo. El disfrute deja de ser espontáneo y pasa a convertirse en una tarea.Según Han, esta dinámica genera cansancio, ansiedad y sensación de insuficiencia. Nunca es suficiente lo que vemos, escuchamos o apoyamos, porque siempre hay algo nuevo por consumir.

Otro punto clave de La sociedad del cansancio es la idea de la positividad extrema. Todo debe gustar, emocionar, inspirar. En el mundo del entretenimiento, esto se refleja en la dificultad de decir “no me gustó” sin culpa o sin ser señalado. La crítica suele interpretarse como odio, traición o negatividad.

En el K-pop, esta lógica se intensifica: amar a un grupo implica apoyarlo incondicionalmente, incluso en etapas creativas que no conectan con el público. Disfrutar se vuelve un deber moral. No hay espacio para el descanso emocional ni para el consumo selectivo.

Han advierte que esta positividad constante no libera, sino que agota. Cuando todo debe ser amado, celebrado y compartido, la experiencia pierde profundidad y se vuelve superficial y repetitiva.

Las redes sociales juegan un rol central en este proceso. Plataformas como X, TikTok, Instagram o Weverse amplifican la velocidad del consumo cultural. El contenido nunca termina: teasers, spoilers, fancams, rumores, lives improvisados. La experiencia cultural se fragmenta y se vuelve inmediata.

Byung-Chul Han sostiene que esta hiperestimulación impide la contemplación y el descanso mental. No hay tiempo para procesar lo que se ve o se escucha, porque rápidamente aparece algo nuevo que reclama atención. El resultado es un cansancio profundo que no siempre se reconoce como tal.

En este contexto, incluso el ocio se transforma en una fuente de estrés.

Para muchos jóvenes, la cultura pop no es solo entretenimiento, sino también identidad, pertenencia y refugio emocional. Cuando un grupo se disuelve, una idol deja una agencia o un proyecto termina abruptamente, el impacto emocional puede ser real y profundo. No se trata solo de “dejar de escuchar música”, sino de perder una parte del vínculo simbólico construido a lo largo del tiempo.

Desde la perspectiva de Han, este desgaste emocional se explica porque vivimos hiperconectados y emocionalmente involucrados en múltiples estímulos al mismo tiempo, sin pausas reales para el duelo, la distancia o la reflexión.

Aunque La sociedad del cansancio no ofrece soluciones prácticas directas, sí invita a repensar la forma en que consumimos. Aplicado a la cultura pop, esto puede traducirse en pequeños gestos: permitirse no estar al día, elegir qué consumir, pausar redes sociales, disfrutar sin documentarlo todo y aceptar que el gusto también cambia.

Disfrutar no debería ser una competencia ni una obligación. Volver a una relación más libre y consciente con la cultura pop puede ser una forma de resistencia frente a una lógica que nos empuja a estar siempre activos, incluso cuando se trata de aquello que amamos.

En tiempos donde incluso el entretenimiento cansa, quizás la pregunta no sea qué más consumir, sino cómo volver a disfrutar sin agotarnos en el intento.

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